La universidad en la que trabajo, ha dejado de ser lo que era cuando entré en ella el milenio pasado. Se ha transformado en una empresa en la que ya sólo se gestiona la miseria y en la que los que están arriba harán todo lo posible por que yo siga en el barro que ellos no quieren pisar.
Gente que no conozco, y que no deseo conocer, decidió por mi que, lo mejor para mi, era que en doce años impartiera la docencia que actualmente imparto en 16. Sin derecho a la redención, sin perdón, sin esperanza y sin otro futuro que convertirme en carne de aula hasta el final de mi vida profesional.
Llegado al límite del horizonte profesional al que me han abocado y
viendo que no me dejan otra salida que seguir siendo lo mismo, he perdido el interés por el trabajo que realizo. Ya me resulta pesado y poco gratificante. Y tras la plandemia, la dana. Veremos lo que viene después.
Tengo muchos proyectos que me gustaría desarrollar y que, hoy por hoy, no pasan por la universidad, ni podré desarrollar si me sigo quedando aquí.
Llevo muchos meses pensando en el tema. Finalmente tomé la decisión de jubilarme. No ha sido fácil la decisión. Me voy. Estoy harto. Considero que mis aportaciones a la humanidad serán mucho más productivas en otros entornos que hoy me resultan mucho más estimulantes y gratificantes.
Cerraré, desde fuera, algunas aportaciones que se me han quedado en el tintero. Desde dentro no me dejan. Ese será mi legado final científico.
Me jubilo, no me retiro, porque me voy contento; con júbilo, con la sensación del deber cumplido, a pesar del sistema. Me siento esperanzado por primera vez en muchos años. He recuperado las ganas de tener otras actividades.
De repente, he vuelto a tomar conciencia de puertas que nunca estuvieron cerradas y de que puedo volver a empujarlas. No sólo no estaban cerradas sino que además, hacía mucho tiempo que había olvidado que seguían existiendo. Sus cerraduras nunca estuvieron giradas y sus bisagras siguen en su sitio y aceitadas. Siempre estuvieron esperándome. Fui yo quien las abandoné. Quiero volver a abrirlas antes de irme definitivamente a donde todos volveremos a encontrarnos.
Y quiero hacerlo ahora, porque los mejores años de lo que me queda de vida en la tierra serán los 60, no los 70. Es ahora o no será nunca. Es ahora la ventana de oportunidad. Es ahora el momento. Dice el refranero español que "El dinero y los cojones, para las ocasiones". Es el carpe diem de un tempus que fugit.
Hoy soy yo quien tiene la sartén por el mango y voy a utilizarlo. Hoy soy más dueño de mi destino. Mis caballos están preparados e inquietos. Mi armadura brillante. Amanece un nuevo día. Me voy.
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